sábado, 1 de diciembre de 2007

Síndrome de Otto

Es bueno que las vidas tengas círculos, lo malo es que la mía tiene curvas no cerradas y no simples. Mi presente y futuro se intersectan con mi pasado en los puntos en los que siempre tengo que llegar tarde. Nací un día después de lo que lo debí hacer y jamás he logrado recuperar ese día perdido: En los ascensores, llego cuando se acaba de cerrar la puerta; encuentro a las personas que quisiera encontrar dos meses después de olvidar por qué las buscaba; amo cuando me han dejado de amar y descubro, de cuando en vez, que me he comido algo días después de caducar.

El resultado es una personalidad pusilánime bautizada por el famoso psicólogo Tertelich como individuo cochinilla: desconfiado y hecho bolita al menor contacto. Al saber que, aún siendo puntual, llegaré tarde a todos los sucesos de mi vida, mi ser de crustáceo isópodo terrestre ha buscado todo tipo de explicaciones y ha aceptado todas: el buddhismo dice que me apego a las cosas del cuerpo y del mundo de los hombres y por eso no disfruto el momento en el que llego a mi propia vida; el cristianismo, que todo se debe a mi falta de fe, esperanza y caridad; el new age, que quizá fui un caballo sin una muela en otra vida y llegar tarde es sólo un recuerdo de esa vida y la cienciología ha hecho mutis al respecto.

Sea cual sea la verdadera razón, lo cierto es que debo ver desde una nueva perspectiva: siempre llego a tiempo para estar tarde.

Christian Pichardo

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