miércoles, 12 de septiembre de 2007

Afluente

Avanzábamos, pero no lo hacíamos en el modo en el que hubiéramos adivinado antes de iniciar la travesía. Nuestro modo de avanzar era no retroceder mientras los otros daban vuelta. A menos de cincuenta metros de nosotros estaba el traicionero río con sus habitantes temporales. El objetivo parecía claro cuando todo era parte de un mapa y hablábamos como en ensoñaciones sobre el viaje. El río carecía de valor, nos interesaba lo que había detrás de él. Sin embargo, ahí estaba, majestuoso, invitándonos con su calmado sonido a entrar en él para quizá no poder salir después. El resto de nuestros compañeros decidió dar la vuelta y yo estaba de su parte, mas, Carlos me hizo dudar y continuamos de frente, a la sombra de las bestias de carga. De pronto, decidimos avanzar un poco más. Salir del anónimato que las sombras nos regalaban y presentarnos ante el río y su poder. Entonces ocurrió lo impensado: ante nuestros ojos se comenzó a desecar un tímido vado que había estado oculto por la crecida de las aguas. Arreamos a las bestias y pasamos velozmente, adelantando a la expedición y a nuestra competencia...

Suena como relato de aventuras victoriano, ¿no? La verdad es que eso ocurrió el día de ayer después de la escuela. Carlos y yo le dimos un aventón a Odette y después tomamos San Antonio para subir al segundo piso. Apenas cruzamos el semáforo nos dimos cuenta de que no había retorno. El deprimido que cruza periférico estaba tan inundado que apenas si sobresalía una parte de una pipa de gas que se quiso hacer la valiente y sólo logró quedarse ahí varada. Apagué el coche y empezamos a platicar de cualquier cosa para matar el tiempo. El taxista de junto aprovechó para cambiar una llanta que se le había picado. Un camión de boing estaba enfrente de mí y no me permitía ver lo que se estaba gestando en las retorcidas mentes de unos taxistas.

Decidieron que la mejor estategia para salir era llegar al encharcamiento y dar la vuelta en "U" formando una fila india. Dado que todos lo hacían y que los qu eno lo hiciéramos estaríamos estorbando este intento de salida, acepté la propuesta y avancé poco a poco. Carlos me dijo que no le parecía buena idea y me dejó pensando un poco. Me bajé del auto y fui a ver que iba a hacer el conductor detrás de mí. Era una mujer que me adviritó que del otro lado también estaba cerrado y que la única forma de escapar era esperar.

Saqué la compu para jugar un poco con Carlos. Estábamos escogiendo equipos en el FIFA 07 cuando se acabó la batería y no nos quedó más que empezar a enloquecer. Estoy seguro que por su mente pasaron ideas dictatoriales y caníbales que lo convertirían en el tirano del embotellamiento. Sin embargo, no les hizo caso y mejor nos asomamos a ver que noticias nuevas de daban. Entre la inundación y nosotros sólo quedaba el camión de boing y fue en ese entonces cuando, después de hora y media lograron desazolvar la salida a la lateral de periférico que nos ayudó a encontrar una ruta alterna para llegar a nuestras casas.

La moraleja de toda esta historia es: "No dar aventones".