viernes, 1 de mayo de 2009

Mahimata

Mahimata es una historia vieja para los astrofísicos, sin embargo, no siempre fue así. La evidencia de que era un exoplaneta habitado era incontrovertible, sin embargo, los astrobiólogos aseguraban que estaba ya lejos de la ventana de contacto y que, por lo tanto, no habría nada que pudiéramos hacer para comunicarnos con ellos; después de varios intentos sin éxito, se había comprendido que llegaba un punto en las civilizaciones en las que su biósfera era sustituida por una tecnósfera o la devastación de los recursos naturales los hacía extinguirse. La primera expedición hacia el planeta les dio la razón.


El crucero estelar dispuesto a establecer contacto con los Mahimatianos era único en su tipo, pues podía aumentar su velocidad poco a poco, pero de manera sostenida hasta alcanzar, en un corto tiempo, para los estándares de la época, una aceleración asintótica a la de la luz. Además, se contaba con que, a pocos años luz de Mahimata, se encontraba un hoyo negro en el que, si el crucero podía ubicarse en el borde de gravedad, le ayudaría a regresar a la Tierra tan sólo siete años terrestres después de haber despegado.

Así, el crucero Rama viajó hasta las cercanías del sistema en el que se encontraba Mahimata. Lo que los sorprendió fue lo errados que se encontraban los satélites que monitoreaban esta parte del universo y lo similares que eran el Sistema Solar, y en el que giraba Mahimata. Al aproximarse al planeta, su asombro fue tal que muchos de los tripulantes estaban convencidos de haberse salido de la elíptica y no haber salido nunca de la Tierra. Los dos planetas eran idénticos vistos desde media unidad astronómica.

Sin embargo, los exploradores que el Rama envió para tomar mediciones más precisas de la actividad viviente y de las construcciones de sus civilizaciones mostraron las diferencias entre los dos planetas. Mahimata había sufrido un invierno nuclear en algún periodo de su historia, y después de eso, parecía que la vida había recobrado poco a poco todo el planeta; a las imponentes mega ciudades que poblaban la Tierra, Mahimata les oponía verdes bosques de árboles de alturas jamás vistas por la tripulación.

Pasaron los siete días que el protocolo de contacto exigía para determinar si un planeta albergaba vida, y no había ocurrido nada en la superficie que los alentara. Los sensores térmicos sólo eran alterados por las tormentas que azotaban la superficie. Fue cuando el capitán recordó que mientras estuvo en la Academia, escuchó al Jefe de la base decirles que si querían ser pioneros, debieron ser oceanógrafos, pues se sabía más del espacio exterior que del fondo del mar. Con esa idea en mente, decidió formar una pequeña expedición para descender al planeta.

La expedición tenía sistemas rudimentarios para realizar su trabajo. Utilizaron un improvisado submarino hecho de nanofibras y un radar sonoro y térmico para fortalecer las lecturas que el casco del submarino registraba. El capitán, ansioso por conocer los resultados, tenía siempre al alcance los monitores de las actividades de la expedición. El protocolo consideraba tres días de extensión en la investigación si se tenía sospecha de que el contacto podría realizarse. El capitán sólo tenía una corazonada, y le iba la carrera en ella, así que suspiró de alivio cuando, en el tercer día, la expedición dio un resultado que solucionaba muchas preguntas, que tuvieron veloces reemplazos, las ciudades eran inmensas fortalezas submarinas.

Sin el efecto aislante que el océano les brindaba a las ciudades submarinas de Mahimata, una segunda expedición pudo obtener lecturas térmicas de las actividades realizadas en su interior. El capitán decidió que las maniobras de contacto deberían iniciarse: se probó con todo. Desde señales luminosas a microondas. Incluso se simuló un ataque contra las fortalezas acuáticas que parecían no inmutarse. Los medidores de actividad seguían teniendo un curso normal: no era que no hubiera nadie en el planeta; era que nadie se preocupaba por el mundo exterior.

Después de terribles experiencias, el protocolo exigía la terminación de las acciones de contacto después de probarlas todas meticulosamente y de darle un tiempo de respuesta a las civilizaciones para responder. El tiempo pasó y la operación se convirtió en un fracaso para algunos miembros de la tripulación. Sin embargo, el capitán estaba dispuesto a sacar algo bueno de ella, y ordenó a sus hombres a realizar un reconocimiento visual de la superficie del planeta.

Uno de los pilotos de las naves de reconocimiento era famoso por sus interpretaciones místicas de los fenómenos que ocurrían durante el viaje, y decidió que en lugar de verificar toda el área que tenía encomendada, se basaría en los mapas de la Tierra para saber por dónde buscar. Pensaba que si había lugares naturales para establecerse en uno de los planetas, el otro debería emularlo en por lo menos un caso. Así, descubrió poco a poco, bajo los bosques y las selvas, emplazamientos donde en la Tierra estaban Tokio, Yokohama, Osaka, Kobe, Nagoya, Sapporo, en todas esas regiones había ruinas que la naturaleza había reclamado para ella.

Cuando compartió sus descubrimientos con el resto del escuadrón, rápidamente fueron identificados las mayores ciudades del planeta Tierra. Los ingenieros astronómicos trabajaron durante toda una semana frente al ordenador para descubrir lo que el sentido común le decía a toda la tripulación desde el regreso de las naves de reconocimiento: Mahimata era el futuro de la Tierra, después de la especie humana haya cerrado su ventana de contacto y dejara de observar a las señales más allá de la tecnósfera que la rodeaba ahora.

Por supuesto que el protocolo no decía nada acerca de esto. La curvatura del espacio-tiempo les había jugado una mala pasada y por eso se trató de minimizar el impacto científico de haber logrado viajar a un futuro y de regreso aunque sea de forma accidental y sin siquiera poder determinar cuántos años hacia adelante habían avanzado. El capitán recibió una medalla y los astrobiólogos, el beneficio de que un panel conformado por expertos pudiera detener cualquier expedición de la agencia.