lunes, 17 de diciembre de 2007

Sacapuntas

A veces te pensaba como una de esas niñas que jugaban a formar figuras con la basura del sacapuntas. No podía evitar sentir lástima y alegría por la madera de los lápices. Creía que para el grafito, su amarilla armadura, era sólo una cubierta que se tiene que ir para que pueda usarse. Cuando te lo comenté, ocurrió lo mismo de siempre: una palmadita y un abrazo (creo que algún día me voy a cansar de que me trates como a un cachorrito) y te solidarizaste con el grafito. Según tú, era un pacto firmado desde la misma creación del lápiz: la madera lo cubriría y el grafito sacrificaría una parte de su ser cada vez que se desprendiera de un poco de madera.
Salimos a cenar con Natalia y le contaste. Esa mujer todo lo convierte en lucha de géneros y con su agudeza de armadillo, pensó que yo era un macho encubierto, y que me sentía tu inútil protector esclavizado. Le dijiste que a veces los hombres dicen sólo lo que dicen y nada más, pero la duda se te sembró. Esa noche, esa mujer tan sola y amargada colocó los primeros polvos de pólvora de lo que vino después...



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