lunes, 21 de enero de 2008

Pastel de durazno

Esto de los "ergos" siempre se me ha dificultado. Cuando era chiquillo cada vez que cumplía años les pesaba a mis padres el ergo de hacerme una fiesta de cumpleaños de la que seguramente tendría muchos recuerdos cuando fuera grande. Claro que los tengo: buenos, malos y de esos que hacen un chirrido si les unes los cables. El más indeleble de los recuerdos tiene que ver con escoger los pasteles. Siempre tenían mucho merengue y en ocasiones llegaban a excesos ridículos como representar una cancha de soccer con todo y jugadores. El resultado de esos derroches de creatividad repostera era más que nada desagradable. No recuerdo a alguién (sin obesidad) que se comiera de buen modo el betún verde o rojo que algunos pasteles tenían.

Sin embargo, no se debe juzgar sólo el exterior de las cosas; el interior de los pasteles de aquellos tiempos era también desastroso. Los rellenos de los pasteles de mi memoria podrían competir en alguna feria de lo extraño, pues todos tenían por lo menos un sabor irreconocible, al que podemos llamar "el factor sorpresa" de todo pastel de fiesta. Desde mermeladas de "parece piña" hasta la astucia de un repostero que pensó que kiwis y uvas eran una combinación ganadora, sólo hay un relleno que recuerdo con agrado: el durazno.

Ayer partí mi pastel de cumpleaños y como tuve poco poder de decisión sobre la comida, elegí comprar pastel de tres leches de durazno. Estaba helado y riquísimo. Aún queda buena parte, creo que no sobrevivirá hoy.

Christian Pichardo
21 de enero de 2008