lunes, 22 de octubre de 2007

El fin del mundo

Se nos acaba un mundo al dejar de ver a alguien a quien se ama. Algunos optimistas podrán creer, como los aztecas, que el mundo se acaba y después de una breve etapa de oscuridad comienza de nuevo. Otros comprendemos que no es así, el mundo se muere y nunca volverá a ser el mismo. Nuestros planes demuestran su naturaleza de ilusiones y poco a poco se borran. Es una tragedia. Nuestros hijos, nietos y bisnietos se mueren y su lugar es ocupado por extraños fantasmas de forma desconocida que después tendrán rostro y nombre, pero, por el momento, son usurpadores. Nuestra casa se derrumba sin dejarnos salir de ella. Por eso se siente ese peso. Algunos consiguen un pico para ver qué recuperan de los escombros, alguna fotografía que les ayude a recordar lo felices que fueron.

Para no destruirse al mismo tiempo que el mundo, algunos recomiendan comprar tiempos compartidos en la luna o en Rhea o en algún planeta recién descubierto y entonces lanzar un dardo preciso al mundo para acelerar el final sin llenarse de polvo ni ensuciarse los zapatos. Puede que sea una salida correcta, pero me parece cobarde y peligrosa. Poner un pie en un nuevo mundo a veces es encender el botón de su destrucción.

Yo soy de la opinión de que si ese mundo fue construido en parte por uno, debe ser evacuado para no tener damnificados. Sin embargo, nunca he respondido por los que decidan quedarse en el barco. A veces, incluso, los expulso del mundo antes de que se convierta en un puntito insignificante y por eso me llaman fascista y cosas peores. Pero al poner sus piecitos en tierra firme, deciden que quizá no estuvo tan mal. Nunca lo sé, no recibo postales de gratitud muy seguido.

Cuando los mundos se derrumban, los astrónomos pueden salir a sacar medidas de todo lo queda. Meten grano a grano al universito destruido en un dedal especial y entonces lo pesan. Lo médicos multiplican por tres la medida obtenida y la recetan en unidades de llanto. Se toman antes de dormir y después de cada comida. Si se abusa del remedio, puede haber complicaciones como escuchar la misma canción por días enteros o consumir helado en cantidades industriales.

Si se presentan complicaciones lo peor es ir a una agencia de viajes. Viajar a otro mundo es muy peligroso: la melancolía por el hogar prohibido puede ser fatal y causar fallas cardiacas. Algo que tampoco se recomienda es contratar decoradores de interiores para reproducir nuestra casa derrumbada. Las habitaciones solitarias pueden albergar plagas e incluso fantasmas.

¿Qué hacer entonces? Nadie lo sabe, pero lo que más ha ayudado es hacer cantos patrios hasta olvidar que en nuestro mundo destruido había incompletitud y relatividad y hambre y guerra y peste y muerte. Pensar que florecían los girasoles y los hipopótamos soñaban con saltar es lo único sano que nos queda por hacer...

Christian Pichardo